sábado, 12 de julio de 2014

Que nada te desanime, hasta una patada en el culo te empuja hacia adelante...

Por: Luis Oscar Tolosa Ogni


Ten en cuenta tus tropiezos, las caídas, la imposibilidad de realizar en ese momento algo que habías proyectado y persevera, inténtalo de nuevo, busca otras alternativas, cambia de rumbo, no bajes los brazos nunca. A veces damos contra un murallón, pero nada debe detenernos; los malos momentos no son infinitos si tienes actitud, voluntad, perseverancia. Busca en una nueva dirección, siempre se puede, el Ser Humano es artífice de su propio destino, somos constructores de nuestro camino. El éxito consiste en ser feliz y la felicidad no es un bien material, no se compra con dinero, no se encuentra al lado de quien puede proporcionarte sólo una vida cómoda de placeres superfluos. La felicidad es un bien del alma, del corazón, del espíritu. Si así no lo entiendes algún día pagarás caro por ello, será entonces cuando te des cuenta que perdiste lo más valioso que podemos tener en la vida: El tiempo. 

Cada segundo de vida es una irrecuperable cuota que pagamos, tratemos de invertirla de la mejor manera y una de ellas, para mi la principal, es aplicarlas en bienes espirituales. Es probables que leas esto y pienses que es una estupidez propia de un delirante, que la gran felicidad está en lo que nos venden las tandas publicitarias: Lo último en tecnología, el auto más veloz y suntuoso, yates, joyas, ropa de marcas tops, los perfumes más caros, el LCD de mayor tamaño, las bebidas más energizantes y espirituosas. La publicidad en los medios masivos de comunicación es el motor del consumismo. Con esto tampoco quiero decir que nada sirva para encontrar la felicidad, al contrario, si tenemos paz interior, si nos queremos a nosotros mismos, tenemos una familia, gozamos de libertad, trabajamos en lo que nos gusta, ganamos con honradez el dinero y contamos con buena salud, nada mejor que disfrutar de los placeres que el mundo moderno nos brinda y que pueden estar a nuestro alcance. No soy un idealista, sólo pretendo expresar lo que la vida me enseñó en seis décadas: Primero lo espiritual, luego lo material en su justa medida.

Es lamentable que no contemos con un manual de instrucciones que nos guíe en la vida para nunca equivocarnos, pero no existe. Cada uno de nosotros hace lo que puede de acuerdo a lo que se nos presenta. Rescato de esto la posibilidad que tenemos de razonar, escuchar, analizar y recomponer cada infortunio. Sólo la muerte no tiene solución, lo demás es maleable, los peores momentos serán sólo recuerdos tiempo más tarde cuando te enfrentes a nuevos desafíos. No gastes tu salud con malos pensamientos, amarguras, broncas. No ocupes tu tiempo en personas que nada harán por vos, quien se fue de tu vida tiene su propia razón, pretender retenerlo o recuperarlo es en vano si esa otra parte no siente lo mismo. Vive, sueña, proyecta, lee, disfruta y persevera en lo que te haga feliz de manera constante. Lo material es fungible, se agota y con ello también se consume la felicidad proporcionada. Sólo la paz interior, la felicidad de lo espiritual, el amor, la amistad, la familia, son bienes de inmenso valor. Estamos de paso en esta vida, no lo olvides, nada material podrás llevarte al cielo cuando partas y, en ocasiones, esos bienes materiales suelen ser combustible en el infierno...




miércoles, 2 de julio de 2014

SEXO CONTRA RELOJ...luego la soledad



Por: Luis Oscar Tolosa Ogni

No era la primera vez que compartían una cama de ese hotel media estrella, de los tantos que se erigen en los alrededores de la terminal de ómnibus, desde los tiempos en que el cuartel de la ciudad reclutaba a ciudadanos de veinte años para cumplir con el servicio militar y, pese a sus modestos recursos, eran los mejores clientes en sus salidas de franco.

-¡Apurate a acabar, no tengo todo el día!-, le dijo las mujer de unos treinta y algo al hombre cincuentón, calvo, de expresión melancólica, con aliento a treinta cigarrillos diarios. El detenía los embates cuando la eyaculación amenazaba con finalizar esos diez minutos que llevaba sobre la inmóvil mujer. De inmediato ella se disculpó, consciente de que el anterior comentario no haría otra cosa que incomodar a su cliente que había pagado de manera anticipada los cien pesos y el trabajo se extendería más allá de lo previsto.

Acarició su espalda y colaboró con un movimiento de caderas, él agradeció el gesto, apoyó sus manos sobre la sábana de dudable higiene que cubría al viejo colchón de lana apelmazada, los flejes de la cama de hierro crujían en cada impulso que el hombre imprimía para dejar que aflore la virilidad encima de una ocasional mujer le permitía ser un macho, un auténtico macho que no estaba solo en su cuarto masturbándose como tantas veces.

Estaba sobre una delgada mujer, de largas piernas abiertas y contraídas de manera que sus pies se ubicaban a la altura de sus rodillas; el largo y enrulado cabello negro cubría parte de la almohada. Acarició sus pechos, aún algo firmes porque no amamantaron hijos sino centenares de clientes.

Transpiraba en el esfuerzo supremo de conseguir el éxtasis pleno por el que había realizado una transacción comercial, el momento llegó con un gemido breve, algunos jadeos y luego el desplomarse sobre quien le había proporcionado ese placer fugaz. Ella trató de deslizarse por debajo de ese cuerpo para tomar sus ropas depositadas sobre la silla de madera y esterillas, de patas flojas por los años de uso.

-No te vayas aún, esperá un momento- suplicó con voz apagada por el cansancio el hombre calvo y transpirado que aún olía a desodorante barato, tan barato como el de la mujer. Giró su cuerpo, se dejó caer al lado de ella, retiró el condón del ya flácido pene, estiró un brazo con el que tomó el pantalón gastado del que extrajo la billetera y apartó un billete de cien pesos que le entregó con un pedido casi implorado.

-No te vayas aún, quedate una hora más conmigo, sin sexo, sólo a mi lado, abrazados-
Ella guardó ese dinero y accedió mientras pensaba que también pagaría por tener alguien que la escuche, la comprenda, le hable de hechos cotidianos y por sobre todo, que la ayude a mitigar las horas de soledad…, de esa soledad que comparten las prostitutas y los hombres que pagan por sus cuerpos.





martes, 1 de julio de 2014

RECUERDOS...



Por: Luis Oscar Tolosa Ogni

Los días fríos y grises de inviernos cubiertos por finas lloviznas siempre fueron generadores de profundas nostalgias y disparadores de imborrables recuerdos. Como tantas veces caminé sin rumbo bajo el paraguas y como otras tantas veces entré al mismo bar céntrico al que tiempo atrás íbamos a tomar un café y a compartir una porción de mousse de chocolate. Es las cuatro de la tarde, la gente se alejó para continuar con sus obligaciones diarias, muy pocos permanecían dentro del local de ventanas reducidas con vidrios totalizados que conserva cierta privacidad que lo hace preferido por algunas parejas mayores de 30 años.

Sobre la mesa de cedro lustrado un café,  leo el sobre de azúcar, vieja costumbre de leer etiquetas de todo tipo, sólo lo leo, el café me gusta amargo, fuerte; igual giro la cucharita en un automático movimiento dentro del posillo, tal vez sea una costumbre de cuando lo tomaba dulce.

Tomar un café es sólo una costumbre, un pretexto para meditar y para saborear aún más un cigarrillo, uno de los veinte del día, algunos más en días grises de invierno, miro el humo que se eleva, forma efímeras figuras en el aire, se retuercen y se desvanecen, son figuras de mujeres que danzan con giros y contra giros hasta esfumarse cerca del cielorraso, que como la mesa, es de cedro lustrado.

Miro hacia la calle como si esperara verla llegar. Vuelvo al cigarrillo y al humo en esas difusas imágenes de mujeres que giran y se elevan hasta el techo. Ya no llueve,  la ciudad continúa su rutina. Bebo el café, le pego una pitada profunda al cigarrillo y aspiro el humo con el deseo de no dejar escapar a esa mujer, que contornea su cuerpo libremente en una burlona danza cuando el cigarrillo se consume entre los dedos.

Café y cigarrillo, veinte por día, algunos más en días grises de invierno, nunca los conté, no quiero hacerlo. Café y cigarrillo, luego un wisky, y más cigarrillos..., miro el humo y la danza burlona de la mujer vestida de humo, fumo para verla, para contemplarla, para admirarla y tratar de retenerla conmigo, pero es imposible, ella se va, se diluye en su danza ascendente se pierde una vez más delante de mis ojos, en el techo, busca la tenue luz del ramillete de lámparas de bajo voltaje y desaparece.

Otro café, otro cigarrillo, otro wisky, otra esperanza y nuevas desilusiones que se esparcen por el aire del bar céntrico, llamo al mozo, le pago y le comento mientras recojo mi agenda y mi bolso..., “las mujeres son como el humo de un cigarrillo..., difusas, se pierden vaya uno a saber dónde”… el tipo miró el dinero, me dio el vuelto, sonrió de compromiso y se fue hacia la barra. Miré por última vez el techo, sólo vi el cedro lustrado, nada quedaban de aquellas figuras de mujer que escaparon del cigarrillo. Nada quedan de aquellas mujeres, que escaparon de mi vida, sólo los recuerdos…