sábado, 30 de agosto de 2008

EL HOMBRE DE POCAS PALABRAS



Cuando el hombre alto de tez morena y prominentes bigotes, vestido de traje y sombrero gris, oculto tras los grandes anteojos para sol, ingresó a la oficina; la mujer detrás del escritorio sonrió en un principio y lo miró con asombro unos segundos más tarde. El, sin hablar, extrajo de su cintura la Browning 9 mm., apuntó a la frente de quien por ocho años fue su compañera y disparó. Mónica no tuvo tiempo de nada, no gritó, no habló ni lanzó gemido alguno, sólo dio su último respiro. El giró sobre sus talones y salió del lugar como entro, sin hablar. Rogelio Rojas es hombre de pocas palabras.

Buscado por todos los rincones de la tierra hasta por INTERPOL, excepto donde él se refugió a vender marihuana y algún otro estupefaciente, quedó envuelto en las sobras, se lo tragó la noche, lo cubrió el silencio en algún oscuro agujero de los tugurios de una gran villa miseria, donde los más peligrosos asesinos están protegidos por el anonimato de cinco millones de seres que, muchos carecen de documentos, y si los tienen son falsos. También el suyo. Nada dejó en su retirada, nada encontró la policía en el inquilinato donde vivía, ni una carta, ni un indicio. Rogelio Rojas es hombre de pocas palabras.

Con la cabeza rapada y sin bigotes, el hombre que ahora viste ropa deportiva y zapatillas caras, concreta los negocios con las decenas de jóvenes y no tanto que se acercan para comprarle drogas en una peligrosa y muy angosta esquina del andurrial. Allí nadie trabaja en algo limpio, todos comercializan objetos robados, incluso los mercados que venden alimentos sustraídos de algún camión por los “piratas del asfalto”. Allí, rodeado de casas de precario materiales y construcciones improvisadas, muchas de ellas de cartón y chapas o lonas, él indica el precio con los dedos de las manos, y asiente o niega con movimientos de cabeza. Ni una palabra, nada, Rogelio Rojas es hombre de pocas palabras.

Los días pasaron, también los meses y algunos años, hasta que se paró frente a un espejo que colgaba de un clavo insertado en la madera de la pared de su casilla. Miró fijo el rostro que tenía enfrente y se preguntó porqué había matado a la mujer que amaba. El rostro del espejo no le respondió, sólo le devolvió unas muecas que imaginó partida de su misma persona. ¿Habrá sido porque ella no respondió a una pregunta sobre si le era infiel? El rostro del espejo continuó con la misma indiferencia que la mujer en cuestión. Miró el espejo por varios minutos, el rostro de enfrente le devolvió la mira dura y sostenido durante ese mismo lapso. Con un movimiento rápido extrajo de su cintura la Browning 9 mm., y apuntó a su sien derecha, el rostro del espejo lo imitó, y sin aguardar un instante más, sin preguntar nada más, ni añadir comentario alguno…, disparó. Cayó en silencio, sin gritar, sin gemir ni siquiera suspirar…, Rogelio Rojas era hombre de pocas palabras.


Luis Oscar Tolosa

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