sábado, 6 de septiembre de 2008

LA SOLEDAD



La soledad adquiere diversas características según el protagonismo que cada individuo le da. Pasa de la maravillosa experiencia de la contemplación de la naturaleza, en el disfrutar de los sonidos como la música, el canto de los pájaros o de los grillos, del rumor del mar o de la brisa cuando atraviesa las hojas de los árboles; a la fría y densa carga de estar solo, de cargar sobre las espaldas alguna ausencia importante, de no poder compartir sentimientos, de sufrir el vacío del desamparo.

Desde la soledad como elección de vida hasta la impuesta por crueles circunstancias, existen una infinidad de estados intermedios que, cuando más se alejan de la primera instancia, se tornan cada vez más agobiantes, hasta convertirse en dolor, en tristeza, en encontrar la muerte del deseo, de las expectativas, de las esperanzas, de los anhelos; de hallarse rodeado de la desdicha sin consuelo posible.

Es en ese estado cuando la soledad desdibujó el sendero que antes había trazado ese ser, y la belleza del entorno o el más dulce de los sonidos, quedan ocultos en una densa y pesada niebla, en la penumbra total del alma que padece la ausencia de afectos de quienes antes había amado, en la incomunicación con quienes antes eran motivos de alegrías; es ahí cuando las heridas sangran, duelen, martirizan, y ya es tarde para el regreso por propios medios.

Pero no solo la soledad individual destruye sueños, proyectos, metas, horizontes; sino también la soledad colectiva lo hace cuando se apodera de los marginados, de los desamparados, de los olvidados por los gobiernos de turnos, por los funcionarios insensibles que pese a ocupar cargos en áreas específicas, desoyen los reclamos y evaden las responsabilidades que les competen, amparados en la seguridad que les brinda las abultadas sumas de dinero, que día a día, engrosan vilmente sus cuentas bancarias.

Mientras, el pueblo sufre solo, impotente, angustiado, sin la posibilidad de cambiar el rumbo de sus destinos, sin alimentos, sin abrigos en los inviernos y abrasados por el sol del verano bajo las precarias chapas de sus refugios; sin medicinas, sin educación para sus hijos. La soledad colectiva e impuesta por las circunstancias, también sumerge en el dolor a los individuos, a la tristeza profunda por la impotencia, a la muerte de los sentimientos aún en vida.

¡Qué vacío siente un ser envuelto en la soledad! ¡Qué difícil se le hace despertar cada día y más aún ponerse en movimiento para conseguir el mínimo sustento diario para su familia! La soledad lo paraliza, lo deja sin fuerzas, sin ganas, sin deseos. No mira más allá de sus pies y no le encuentra sentido a sus pasos, sabe que mientras avanza el día, él retrocede, que en la medida que el mundo gira, él se encuentra detenido, cuando todo asciende él se sumerge.
Sufre sobre sus hombros el peso de no contar con nadie a su lado que le tome una mano y le muestra que hay un camino, una salida, una esperanza; que ya no está solo, que ha comenzado un nuevo y auténtico día.


Luis Oscar Tolosa

sábado, 30 de agosto de 2008

SEIS WHISKYS, UN TANGO Y SEXO PAGO




“Lastima bandoneón mi corazon/tu ronca maldición maleva tu lágrima de ron me lleva/ hacia el hondo bajo fondo/ donde el barro se subleva”. La voz del “Polaco” Roberto Goyeneche y la música de Aníbal Troilo acarician con el tango "La última curda", los oídos de los presentes en el pequeño café del centro. La noche ha comenzado hace apenas cuatro horas, cinco mesas está ocupadas por parejas, todos mayores de cuarenta años. Sólo un lugar, el que da al ventanal de la cuesta, es el que ocupar un señor solitario, de más de cincuenta, con la tristeza marcada en su rostro y en la necesidad de apagarla en el alcohol del quinto whisky. Fuma, enciende un cigarrillo ni bien aplastó la colilla del anterior. Mira hacia el amplio boulevard poblado de glicinas, pinos y tilos. Las luces de la fuente del centro de la plaza lo atrapan con el colorido danzante del agua que se eleva unos cuatro metros y desciende en una fina lluvia hacia la figura central, dos grandes manos y la paloma de la paz entre ellas.

“Ya se, no me digas, tenés razón/ la vida es una herida absurda/ y es todo, todo tan fugaz/ que es una curda nada más/ mi confesión”, continúa el “Polaco”. El hombre bebe el whisky, piensa en su propia vida, en lo absurda que ha sido cuando evalúa el pasado y asiente con la cabeza, como si hablara con el mismo Polaco sentado enfrente, por momentos pediría una copa para que beba ese hombre de voz y decir tan particular que tuvo el tango. Bebe y mira la calle, afuera hace frío y la ciudad ha comenzado ha perder el ritmo de horas atrás. “Contame tu condena/ decime tu fracaso/ no ves la pena que me ha herido? Y hablame simplemente de aquel amor ausente/ tras un retazo del olvido”. La voz del Polaco lo conmueve, sufre por el amor ausente y siente que él es un retazo del olvido al no haber recibido un solo mensaje de quien lo era todo días atrás.

“Yo se que me hace daño/ yo se que te lastima/ llorando mi sermón de vino/ pero es el viejo amor/ que tiembla bandoneón/ y busca en un licor que aturda/ la curda que al final/ termine la función/ corriéndole un telón al corazón”. ¿Es eso lo que él busca? ¿Es apagar el dolor en el alcohol el dolor que le oprime el pecho y hace que sus sueños sean un lamento del alma?
Bebe…, bebe fuma y piensa…, sus ojos se humedecen; baja el vaso vacío de sus labios, el hielo golpea el fondo y sin depositarlo en la mesa le hace una señal al mozo para que le sirva otro whisky, mientras la voz del Polaco Goyeneche y el bandoneón de “Pichuco” le endulza los oídos y le golpea lo más profundo de sus sentimientos.

“Un poco de recuerdo y sinsabor/ gotea tu rezongo lerdo/ marea tu licor y arrea la tropilla de la zurda/ al volcar la ultima curda”. Sabe que no será la última, que deberá emborracharse cada noche para olvidar el olvido de una insensible mujer. “Cerrame el ventanal/ que arrastra el sol/ su lento caracol de sueño/ no ves que vengo de un país/ que está de olvido siempre gris/ tras el alcohol”, finalizó el Polaco y Pichuco; sintió el vacío de la soledad. Llamó al mozo una vez más, ahora para abonar la consumición; se levantó, pagó y le dijo al hombre que lo había atendido un par de horas y que no lo entendió demasiado: “La vida es una herida absurda…”.

Caminó las tres cuadras que lo separaban de su departamento, se detuvo en el kiosco de la esquina, compró preservativos; subió por el ascensor al cuarto piso, entró, encendió la luz y vio sobre el mueble el retrato de la mujer que le rompió el corazón y causante de su embriaguez…, lo quitó de allí y lo guardó en un cajón. Sacó su teléfono celular, buscó en sus contactos…: Griselda, María José, Liliana, Verónica, Cecilia, Miriam…, la lista era larga…, se detuvo en un nombre, nada especial. Llamó y acordó con ella el encuentro. Miró el reloj y esperó a la mujer que por dos horas lo haría sentir un hombre, por sólo un billete fuerte…, luego todo volvería a ser igual.

Luis Oscar Tolosa

¡RAJEN, HOY ESTOY CON LA DEPRE...!



¡Hola!, ¿cómo les va?, ¿bien?, me alegro mucho. Es muy bueno estar con gente que le va bien porque eso contagia, los que tenemos uno de esos días nostálgicos necesitamos de amigos que nos carguen de energías, y yo estoy en esa situación.
Sucede que desde hace un tiempo me suceden contratiempos, y aunque los sorteo, no deja de producirme un decaimiento anímico, o un “bajón”…, como decimos de manera coloquial. Por suerte esos tropiezos son todos subsanables, sólo hay que obrar con paciencia y una gran fuerza de voluntad, o mucha fe, como la que tengo siempre.

Hoy me he sentado frente a mi amiga, la “compu”, de la que hablé páginas atrás, para contar mi estado anímico, nada más. No he bosquejado nada, sólo me planté frente a la pantalla en blanco, virgen de vocablos, para volcar en ella mis deseos de conversar con alguien.
Por este motivo te agradezco que estés aquí, que me mires a los ojos y me escuches. Y estoy muy agradecido con vos porque en la época en que vivimos es muy poca la gente que sabe escuchar. De ellas hay que rescatar a quienes quieren escuchar, porque es más sencillo dar media vuelta y continuar el camino con un: “nos vemos…”, y aquí quedamos quienes necesitamos un oído. Este fenómeno tecnológico-comunicacional que es el blog permite que alguien tal vez nos escuche, o no; pero al menos quienes escribimos en ellos podemos hacer “catarsis”. Después está en vos que te quedes o pases a otra página. Hoy tengo ganas de hablar con alguien, por eso me he sentado aquí, con el mate a mi lado, esa energizante infusión tan nuestra, tan argentina, uruguaya, paraguaya y también brasilera.

No hay nada peor que la persona en quien depositás toda tu confianza un día te “faye”, se aleje sin dar explicaciones, se pierda en la distancia y en el tiempo sin decirte… “hasta acá llegamos…”, así de simple. Menos aún es entendible que, viendo que se acercaba el final, uno se anticipe y pregunta…, y la respuesta sea: “está todo bien, si algo cambiara te lo diría…” Sin embargo no ha sido así. ¿Es tan difícil ser sincero?, estoy seguro que no, al menos cuando se trata de algo simple como es el fin de una relación prolongada. Hoy siento el dolor del desamor, de la incomprensión, de la indiferencia, la misma de meses atrás…, pero creí en palabras…¡claro, faltaban los hechos!

¿Tomás dulce o amargo?, bien, seguimos con los mates dulces…, es viejo lo de “para amarga, demasiado con la vida”, que decían nuestros viejos. En fin, creo que los años se me han caído encima y por eso todo pesa mucho más que antes. ¿Habrá llegado el fin de una prolongada sucesión de amores frustrados?, sin dudas que he fallado demasiado veces, sino estaría casado…, ¿casado?, humm…, bueno, tal vez en pareja, como estuve algunos años. Creo que estoy dramatizando demasiado, si no vivo en pareja es porque en un principio escapé a todo compromiso, y ahora porque no estoy en las mejores condiciones, no dispongo del tiempo que hay que dedicarle a una familia, o al menos a una mujer con la que se comparte la vida.

¿Estaré hablando boludeces?, tal vez, no será la primera vez que lo hago, ni la última, pero creo que me quejo porque hoy tengo un día nostálgico. Debe ser el famoso “viejaso” que nos agarra después de los cincuenta. En realidad no está todo tan mal…, te contaría algo más…, pero no puedo…, tal vez otro día, cuando no haya tanta gente alrededor nuestro. Lo único que te puedo decir es que me causó una enorme alegría y hoy espero que me llame cada día, o tomemos un café cada tanto…
Ahora te dejo, tengo que preparar el bolso para viajar a San Luis mañana, tenemos una nueva carrera de Turismo Carretera y eso me hace muy feliz, tan feliz que por cuatro días olvidaré la incomprensión y la indiferencia en la que me sumergió la mujer que amaba…
¡Che!, disculpame que te tiré todo esto, sucede que es un “garrón”, ¿viste?, te juro que a las minas no las entiendo.., ¡después dicen que nosotros somos jodidos….!, pese a todo esto…, ¡no hay ser más lindo y maravilloso que las mujeres! Un beso a todas ellas, y a ustedes, les agradezco que hayan compartido conmigo estos mates, les prometo que la próxima vez que nos encontremos estaré de mejor ánimo.
¡Hasta todo momento!, un gran abrazo…, el lunes vuelvo.

Luis Oscar Tolosa

EL HOMBRE DE POCAS PALABRAS



Cuando el hombre alto de tez morena y prominentes bigotes, vestido de traje y sombrero gris, oculto tras los grandes anteojos para sol, ingresó a la oficina; la mujer detrás del escritorio sonrió en un principio y lo miró con asombro unos segundos más tarde. El, sin hablar, extrajo de su cintura la Browning 9 mm., apuntó a la frente de quien por ocho años fue su compañera y disparó. Mónica no tuvo tiempo de nada, no gritó, no habló ni lanzó gemido alguno, sólo dio su último respiro. El giró sobre sus talones y salió del lugar como entro, sin hablar. Rogelio Rojas es hombre de pocas palabras.

Buscado por todos los rincones de la tierra hasta por INTERPOL, excepto donde él se refugió a vender marihuana y algún otro estupefaciente, quedó envuelto en las sobras, se lo tragó la noche, lo cubrió el silencio en algún oscuro agujero de los tugurios de una gran villa miseria, donde los más peligrosos asesinos están protegidos por el anonimato de cinco millones de seres que, muchos carecen de documentos, y si los tienen son falsos. También el suyo. Nada dejó en su retirada, nada encontró la policía en el inquilinato donde vivía, ni una carta, ni un indicio. Rogelio Rojas es hombre de pocas palabras.

Con la cabeza rapada y sin bigotes, el hombre que ahora viste ropa deportiva y zapatillas caras, concreta los negocios con las decenas de jóvenes y no tanto que se acercan para comprarle drogas en una peligrosa y muy angosta esquina del andurrial. Allí nadie trabaja en algo limpio, todos comercializan objetos robados, incluso los mercados que venden alimentos sustraídos de algún camión por los “piratas del asfalto”. Allí, rodeado de casas de precario materiales y construcciones improvisadas, muchas de ellas de cartón y chapas o lonas, él indica el precio con los dedos de las manos, y asiente o niega con movimientos de cabeza. Ni una palabra, nada, Rogelio Rojas es hombre de pocas palabras.

Los días pasaron, también los meses y algunos años, hasta que se paró frente a un espejo que colgaba de un clavo insertado en la madera de la pared de su casilla. Miró fijo el rostro que tenía enfrente y se preguntó porqué había matado a la mujer que amaba. El rostro del espejo no le respondió, sólo le devolvió unas muecas que imaginó partida de su misma persona. ¿Habrá sido porque ella no respondió a una pregunta sobre si le era infiel? El rostro del espejo continuó con la misma indiferencia que la mujer en cuestión. Miró el espejo por varios minutos, el rostro de enfrente le devolvió la mira dura y sostenido durante ese mismo lapso. Con un movimiento rápido extrajo de su cintura la Browning 9 mm., y apuntó a su sien derecha, el rostro del espejo lo imitó, y sin aguardar un instante más, sin preguntar nada más, ni añadir comentario alguno…, disparó. Cayó en silencio, sin gritar, sin gemir ni siquiera suspirar…, Rogelio Rojas era hombre de pocas palabras.


Luis Oscar Tolosa

¡CHÉ, TENGO ALGO PARA CONTARTE...!



Hay días en los que uno se pone reflexivo, mira hacia la nada y recorre con la mente hechos que han sido importantes en la vida, sea por que dejaron un lindo recuerdo, o algo ingrato. Por lo general no nos ponemos reflexivos por acontecimientos intrascendentes, al menos para cada uno de nosotros. Porque tampoco hay que creer que lo sublime para nuestra trayectoria en la vida terrenal, puede ser una perfecta pelotudez para el resto de los humanos..., ¡como casi siempre sucede!

Por esta razón es un espacio excelente un blog, podemos escribir nuestras boludeces y a lo sumo recibiremos algún comentario que podemos ignorar, o bien responder, queda a nuestro criterio. Pero no exigimos a nadie que preste atención a lo que nos ocurre, o como siempre sucede, a lo que queremos contar.
Es muy distinto decirle a un amigo: ¡Ché, tengo algo para contarte!, vos sabés que salí con tal mina y me dijo...., y le dije...
Nuestro amigo pone cara de interesado algunos minutos, luego quiere salir a la gran carrera y alejarse de nosotros todo lo que sus pulmones soporten. Y sin mirar hacia atrás..., por si acaso nosotros insistimos en contarle y corremos detrás de él.

Pero un blog es diferente. Podemos contar las estupideces más grandes y a lo sumo alguien perdió unos segundos en leer las primeras líneas. Nada más. Y a quienes sufrimos ese inmenso interés por contar algo que nos haya sucedido, ese escape de la página no nos afecta..., porque no lo vemos. Mientras nos explayamos en sufrimientos, lágrimas, penas de amores que nos han dejado destrozado el corazón. Cuernos que duele como si en vez de salirnos nos hubiese atravesado el pecho. O momentos felices por algún encuentro, reencuentros con amores lejanos que siempre aumentas las expectativas. O tal vez algún levante, de los que los hombres creemos que lo hacemos nosotros y lo contamos como una obra maestra de un perfecto galán..., cuando en realidad son las minas las que nos levantan a nosotros.

En fin, gracias a los blog podemos expresar al mundo entero nuestros desconsuelos y también la felicidad que nos rodea, sin que nadie escape de nuestro lado a la manera que lo hacen los grandes atletas. Porque no hay nada más insoportable que la persona que insiste en contarnos algo que a nosotros no nos interesa en absoluto…, pero el sigue: “¡Escuchá esto…!”, “¡Pará que te cuento…!”, “¡Sabés qué me dijo la mina…!”….
Lo único que nos queda es decirle…¡Me lo contás otro día, porque pierdo el ómnibus!, como le dije a uno un día empujado por la costumbre ciudadana y no tuve en cuenta que estaba en un alejado lugar por donde pasaba uno por día…, y lo había hecho cuatro horas atrás.
Disculpen ustedes si los hice llegar hasta aquí, pero pudieron habérselas tomado con algún pretexto…, total…, en los blog, podemos escapar sin dejar rastros. Gracias por soportarme este rato, tenía ganas de hablar con alguno de ustedes…

Hasta todo momento:

Luis.

Luis Oscar Tolosa

CUANDO SUEÑO CON MUJERES



Soy de los que sueñan todas las noches, y digo esto sin constatar si es algo normal y le sucede a todas las personas. Supongo que si. Además el sueño como expresión onírica tiene sus particularidades, por ejemplo, a mi me sucede que cuando sueño con alguna mujer que me gusta en la vida real; cuando despierto me enamoro de manera inmediata de ella y ese estado me dura una semana al menos.

No soy de tener pesadillas, hace muchos años que no las tengo, y me alegro por ello porque no es agradable escapar de la boca amenazante de una serpiente, o de las garras de una fiera, o caer al vacío…, aunque despiertes antes que te atrapen o te hagas puré contra el suelo.

Tampoco soy de los que sueñan escenas eróticas fuertes, de esas que te llevan a consultar el rubro 54 de los periódicos y solicitar la atención de las mujeres que allí la ofrecen. Soy de los soñadores románticos, por eso cuando despierto estoy perdidamente enamorado y no caliente, que sería más complicado.

Nunca sueño con la mujer que es mi pareja en ese momento. Sólo sueño con ella cuando ha pasado varios meses o tal vez años de nuestra ruptura. No se porqué, pero es así. Y también es un problema, porque cuando despierto estoy enamorado de otra mujer y no de quien estaba hasta el momento de quedarme dormido. Por tal motivo paso de manera inmediata y por un tiempo a ser un hombre infiel.

Así han pasado los años y he soñado con centenares de mujeres de las que estuve enamorado una semana y luego, por razones obvias, tuve que perder ese estado maravilloso ante la nula respuesta de la otra persona, ¡que es obvio!, porque nunca se enteró del amor que por ella sentí durante esa semana.

Dije que también sueño con mujeres que han sido mi pareja, y por supuesto que también me sucede lo del enamoramiento de una semana. Aunque la ruptura haya sido conflictiva, luego de haber soñado con ella volvería a estar a su lado…, ¡claro que ella no!, por eso nunca sucedió aunque luego les haya dicho: “Anoche soñé con vos…”, y me haya quedado a la espera de una respuesta del orden de:….¿Ah, si?, ¡qué lindo!, ¿Y…qué soñaste conmigo…?, y a partir de entonces comenzar a contarle lo que en realidad soñé y algo más que le inventaría con mucho gusto para adornar el sueño y que vuelva a darme pelota… Pero no es así. Nunca ninguna me preguntó que soñé con ella. Siempre salieron con otro tema….

También me pongo a pensar qué soñará la mujer que duerme a mi lado, y supongo que si es como yo…, conmigo no sueña, seguro.
Y si no sueña conmigo, y esto lo digo pero por favor, no lo tomen como algo que les puede suceder a ustedes…, si no sueña conmigo…, ¡sueña con otro hombre!, por lo que de una cierta manera, mientras dormimos somos unos cornudos, y lo que es peor…¡jah!, cuando se despierta…¡Ella sigue enamorada del tipo con el que soñó!
¿Será por eso que muchas veces le preguntamos…¿Qué te sucede?, y ella con aire evasivo responde:…Nada, no me sucede nada…, me duele un poco la cabeza, nada más.

¡Hasta el próximo sueño!



Luis Oscar Tolosa

LA SIEMPRE DESEADA MUJER DE UN AMIGO




Hace quince años que nos conocemos, desde que ella tenía veinte y se hizo de novio con uno de mis amigos. Es una morocha re-fuerte, de ojos verdes, esos que me quitan el sueño; divina, simpática, tiene un rostro perfecto, un cuerpo de los que parecen diseñados en un tablero de dibujo del mejor arquitecto, o mediante un ordenador como en las películas. Es de esas minas que tienen algo más que huesos, mejor que las modelos que son tan delgadas que deben acudir a las siliconas para rellenar partes anatómicas. Esta no, las tetas son de ella, naturales, redondas, paradas, pulposa. Los glúteos son firmes, duros, ¡pura fibra! Claro, acude todos los días al gimnasio, corre diez kilómetros y…, es lógico, ¡es profesora de educación física!

Cuando hemos quedado solos y sin que ella lo perciba, he acariciado con la mirada lo que estaba prohibido para las manos, más aún para la lengua. La imaginación volaba y con ella también yo. Hemos cruzado miradas sostenidas, de esas que agitan el corazón, aceleran sus latidos, y tiñen de rubor las mejillas con el calor que recorre el cuerpo dentro del torrente sanguíneo. Siempre fui yo quien desvió la mirada y acometió con algún tema trivial para salir del embarazoso momento. Cuando estoy sólo con su marido, a él lo siento un amigo, pero si también está ella todo cambia, los celos me mortifican…, aunque logro dominarlos y puedo hablar sin que la mirada se quede en esos ojos verdes o en su escote profundo.

Muchas veces la noté provocativa al estar solos. Sabe que me conmueve, supongo que lo lee en mi mirada. Lo disfruta, le gusta sentirse atractiva y admirada, mucho más deseada. Es de las mujeres que desvían hacia ella los ojos de los hombres con sus pasos felinos, su contoneo de las caderas, y sus cabellos sueltos por debajo de los hombros. Su marido se siente un elegido, un envidiado, un privilegiado que se acuesta cada noche con la mujer con la que nosotros sólo soñamos.
En la mesa del bar, lugar de reunión de la barra de amigos, muchas veces salió el tema de ella.
_Se la coge el flaco Antúnez, el kinesiólogo del club Independiente_ dijo el gallego García como al pasar, y agregó_ ¡Qué hijo de puta…, quién pudiera…!
_El que se la coge, me dijeron, es el ruso Januvovich, el de la relojería_ Tiró el Tito…y agregó: ¡El que sea…, qué hijos de puta!, ¡Quién pudiera estar en lugar de ellos!
_Se que se la coge un tipo de un Mercedes azul, yo la vi subir una noche_ dijo el pelado Alonso con su característico acento porteño y su dedo índice acusador como para que no queden dudas…, y agregó_ ¡Qué hijos de putas, lo buena que está! ¿Y este pelotudo del marido se cree que es un vivo bárbaro?
_¡Ché, no sean ustedes unos hijos de puta!, no se debe hablar así de un amigo y mucho menos de su mujer. ¿A ustedes les gustaría estar en el lugar de él como un cornudo?_ les reproché yo que hasta entonces nunca había emitido una opinión que vaya más allá del hecho de que la mina está buena.

Hoy fue todo distinto, la llamé por teléfono para preguntarle si estaría en su casa en media hora para llevarle el sobre de la póliza de seguros renovada. Sabía que él estaba de viaje y los chicos en la escuela. Me dijo que me esperaba.
Me hizo pasar y nos dimos un beso que me puso nervioso. La comisura derecha de sus labios se apoyó sobre la mía de la izquierda…, casi, casi un pico. De inmediato noté que no tenía puesto el corpiño al sentir sus pechos contra mi cuerpo cuando nos dimos un simple abrazo. Me retiré de inmediato, creo que me asusté. Me invitó con un café y mientras lo preparaba pude observarla de espalda. Tenía un vestido corto y traslúcido, de color durazno muy suave. Por debajo de la cintura se notaba un fino hilo de la tanga, casi imperceptible. Cuando giró con un movimiento rápido hacia mi, el vestido se abrió en el corte de la tela y mostró por una fracción de segundo sus piernas perfectas y bronceadas, como todo su cuerpo. Se dio cuenta que la miraba, y creo que fue una situación creada por ella con todo propósito. Comencé a transpirar. Le entregué el sobre con la póliza, apuré el café y anuncié mi retiro.

Se paró frente a mi y me preguntó: _¿Qué te pasa conmigo?
Balbuceé algo que no entendió, ni yo tampoco se que quise decir, y salí a la calle.
Pasó menos de un minuto cuando sonó mi teléfono.
_Te repito_ me dijo, _¿qué te pasa conmigo?
_Vení a mi casa en quince minutos y te lo explico_ le dije.
_Okey, voy para allá.
Y vino.

Acabo de cruzar la frontera de la infidelidad, de la traición, de la que no se vuelve. Me sumergí en el infierno de la pasión prohibida. La que impide de ahora en más hablar de valores.
¡Acabo de convertirme en un hijo de puta más!


Luis Oscar Tolosa

"¡TENEMOS QUE HABLAR...!"



“Tenemos que hablar” dice ella y el aire pesado del ambiente que rodea a la pareja se puede cortar en porciones, y uno piensa para si: ¡cagamos...!
Esa frase es la que el hombre no quisiera escuchar nunca, y digo el hombre porque me posiciono en este lugar que yo ocupo, y porque se da en menos porcentaje que sea el hombre quien se lo diga a su pareja, porque reacciona de manera diferente. Es más frontal y menos táctico que la mujer; es más intolerante.
“Tenemos que hablar” encierra mucho tiempo de meditación por parte de la mujer. Pasaron meses, tal vez algún par de años, o varios, para que ella tome la decisión de decirle a ese pedazo de mula que tiene enfrente, que está re-podrida de sus pelotudeces.

Y al escuchar esa frase el tipo tiembla, sabe que se le agotó el tiempo, que llegó el momento de la verdad. Ella sabe que él tiene otra y que cuando dice que va a comer un asado con los amigos de la peña, se va al telo con la mina. No tiene más excusas, se acabaron las explicaciones, porque el “Tenemos que hablar” significa tomátelas de aquí, vení a ver los chicos los fines de semana, podés llevártelos si querés, de paso me viene bien a mi así estoy tranquila con mi nueva conquista….(esto no se lo dice, lo piensa).
Pero al tipo le queda la última alternativa, el lance final: “Ahora no puedo, me voy a la oficina, ¿tan importante es?

Y allí no hay regreso, es muy importante, ella se lo dice de una vez por todas, y cuando ella se lo dice es porque ya él no le importa más, y además tiene alguien que ocupó su lugar. Los hombres tenemos incorporado el machismo desde, creo, la creación misma de la vida en el planeta. Somos nosotros y luego ellas, y cuando nos hacen saber que están en igualdad de condiciones nos duele hasta en lo más hondo. Por eso cuando ella te dice: “Tenemos que hablar”, lo mejor que podés hacer es decirle que mejor es hablar después que hayas preparado tus valijas. No hay regreso cuando ellas quieren hablar, ya está todo definido, ya lo han elaborado y han dado los primeros pasos consistentes en comenzar una nueva vida. ¡No hay regreso del “Tenemos que hablar”!, ¡No insisitas!.

Si sos de esos tipos que quieren quedarse con la última palabra…¡perdiste!, no será en esta oportunidad. Para eso deberías haber elaborado un plan estratégico, que no va con nosotros, los hombres. Somos muy boludos para manejarnos en las trampas del amor. Ellas tienen sus amantes y nosotros no nos enteramos, son sutiles, inteligentes, sigilosas, y no caen en la desesperación de mostrarse enamorada de otro tipo que no seas vos… Nosotros no, hacemos todo lo posible para que alguien nos vea y nos considere el tipo más vivo de la ciudad. Si es con una pendeja con mayor razón, y si ella es modelo, promotora o figurita de algo que la haga reconocida…¡ni hablar!

“Tenemos que hablar” significa que vos se lo contaste a tus amigos y alguno de ellos a sus mujeres y estas no callan…, alguna se lo contó y se pudrió todo. Pero vos estabas feliz porque te levantabas una linda pendeja y eras la envida del resto de los machos que se sientan el los bares del centro para recrear sus ojos. Ahora hermano, tomá tus cosas, armá tus maletas, hablá con los chicos, decile papá y mamá se han puesto de acuerdo para vivir separados, es mejor para todos, los voy a venir a buscar los fines de semana. Y chau, a otra cosa. Cuando se cierre la puerta de esa casa que habitaste con quien era tu mujer tendrás diferentes sensaciones. Una será de libertad, porque ya no tendrás que esconderte cuando salís con la pendex. Otra será de angustia porque dejás atrás gran parte de tu vida, la mitad de tus bienes, y sabés que otro ya ocupó tu lugar y ya no hay más tiempo para hablar.


Luis Oscar Tolosa

LA PEOR COMPAÑÍA ES UNO MISMO



La gente está muy loca desde hace algunos años, más aún desde que comenzó el nuevo milenio. Tiene que ver con la permanente competencia que se desata en todos los ámbitos: trabajo, profesión, expresiones artísticas, en el amor, en la conquista de aventuras, y en lo que se te ocurra. En todas las áreas existe la competencia y está potenciada por los adelantos tecnológicos y la constante y agresiva publicidad que por ellos se transmite. Tenés que poseer el último celular, el que te permite trasladar tu oficina al lugar que te encuentres, sea este un bar o una reunión de negocios. Los celulares hacen todos, ya dejaron de ser teléfonos, creo que si investigo un poco también cumplen con la función de vibradores…, no vibra-coll, no; sino como juguete sexual…

El tránsito es caótico en todas las ciudades, todos están muy ocupados, manejan y hablan por sus móviles, consultan Internet, se informan sobre la bolsa de valores en el mundo, sobre el precio de los cereales, el clima y su impacto en las cosechas del otro hemisferio. También hacen las reservas del hotel para las vacaciones, pagan con sus tarjetas por teléfono; envían mensajes de textos o fotos del lugar donde se encuentran en ese momento. Transan con algún “gato” una salida, o con sus secretarias, o con alguna mina que conoció en el último viaje. Todo sin dejar de conducir el vehículo en el que se trasladan. Tocan bocina, esquivan autos, motos, bicicletas y alguna vieja que, pobre, se encuentra que es imposible cruzar una calle sin semáforo.

En este maremágnum el hombre está conectado con todo el mundo, menos con él mismo. Se hace una costumbre el hecho de estar comunicado con quien uno quiera en cuestión de segundos, hasta se le puede ver la cara al interlocutor. Es por eso que se torna muy difícil sobrevivir en un mundo tan alocado, sin el permanente uso del celular. El hombre necesita hablar con alguien en todo momento, superarse a cada instante, acelerar cada vez más la alocada carrera hacia un triunfo permanente. Sin descanso, sin interrupciones, sin unos minutos de relax, de descanso, de relajamiento en el que les permita comunicarse con él mismo. Hacer una introspección, recorrer con la mente los pasos dados, elaborar un balance de su propia vida. Pensar en si mismo y en sus seres queridos.

El hombre no quiere quedarse a solas consigo mismo. No hay peor compañía que uno mismo. Más aún si la vida ha sido desprolija y lo que es natural…, repasar los errores para que sirvan de experiencia en los próximos pasos a dar. No es fácil admitir las equivocaciones, y mucho menos tratar de subsanarlas.
Para el hombre del siglo XXI la meditación sin nada electrónico a su lado parece imposible de conseguir. Son pocas las personas que por un mes ocupan alguna desolada playa, sin llevar consigo su teléfono móvil, sin leer los diarios, sin encender un televisor ni conectarse a Internet. Vivir esos treinta días sin sonidos que no partan de la naturaleza misma, el canto de los pájaros, silbido del viento, el de las agitadas hojas de los árboles, el rumor del mar, la lluvia, el croar de las ranas, los grillos, el graznido de los gansos, el mugido de las vacas, el balido de las ovejas o el relincho de los caballos.

Hay que intentarlo en algún momento, detenerse y meditar es prolongar la vida, tanto propia como la de terceros. Cada día hay decenas de muertos en nuestro país a raíz de los accidentes de tránsito. Los conductores del vehículo que sea, conducen en la más absoluta distracción, absorto en sus propios pensamientos que tienen que ver con la competencia en sus ámbitos. Van irritados, demuestran su mal humor al que se le cruza en su camino, al que le hace disminuir la velocidad sin tomar conciencia que él mismo ha excedido la permitida por las leyes. Putean a quienes lo rodean, que transitan en las mismas condiciones que él mismo, por eso se genera todo un círculo vicioso. ¡Paren de una vez!, ¡dejen que la competencia y miren hacia adentro!, se hace difícil estar con uno mismo, porque es uno mismo la peor compañía que uno tiene.
Pero cuando logren desenchufarse de toda la vorágine que los rodea, comprenderán que es muy necesario y reconfortante conversar con uno mismo. El mundo entero se los va a agradecer cuando desciendan los índice de violencia, de intolerancia y de incomprensión.

Luis Oscar Tolosa

sábado, 16 de febrero de 2008

EL AMOR Y EL VIENTO EN ALGO SE PARECEN




“El amor y el viento en algo se parecen” me dije para si mismo en un intento de filosofar, del modo que lo hacen los que tenemos la escuela de la calle y ni una línea leída de los grandes pensadores. Sólo con la filosofía de la gente común, de mi vecina, de mi vieja, del taxista, del colectivero, del verdulero de la esquina y del carnicero. Y como aquellos griegos que pensaron todo cuanto conocemos en la actualidad, también me senté a reflexionar, en este caso en un banco del largo espigón que penetra la laguna y es el lugar preferido de los pescadores.

Uno de ellos me preguntó:
-¿Usted va a tirar la línea?, le pregunto para no molestarnos.
_No soy pescador- le respondí- Jamás tomé una caña y sólo vengo a pescar recuerdos de viejos amores que hoy, con nostalgia, vengo a rememorar de manera íntima con mi mente- agregué con un aire de poeta devenido en pordiosero del interés ajeno.

El tipo me miró un instante con rostro de incrédulo, creo que se convenció de que soy un loco y que no valía la pena perder un instante más conmigo. Tomó su caja de anzuelos, la caña, y se alejó unos cincuenta metros. Yo me quedé observando el revolotear de las gaviotas que esperaban su desayuno provisto por los pescadores, cuando desvisceran sus presas.

Era muy temprano, apenas el sol comenzaba a teñir de rojo el horizonte al este, sobre la arboleda de freznos, eucaliptos, pinos, tilos y ceibos. Había dormido una hora y media cuando me desperté sin que pueda recobrar el sueño. Cuatro horas de desvelo fueron suficientes para leer unas pocas páginas de un libro empezado hace dos meses, las columnas de política y economía, y un repaso a las boludeces que había escrito en mi cuaderno de apuntes. Por eso estoy aquí.

Escuché las primeras noticias por radio y me levanté. El insomnio tenía como origen la excitación que me provocaba volverme a encontrar con la mujer que amé hace varios años y que no veía desde hacía tres, cuando sólo compartimos un café junto a otra gente. Hoy era diferente, estaríamos los dos solos, para mi era volver a soñar con esos ojos verdes que me impactaron al conocerla, al punto que ese mismo día me enamoré y perdura hasta hoy. Es de la única mujer que me enamoré a primera vista, y lejos de superarlo lo profundicé con el tiempo.
Es muy linda y simpática, tanto lo es que esa misma simpatía empleó cuando decidió ponerle fin a nuestra relación. Recuerdo que fueron pocas palabras y un “hasta pronto”.

“El amor y el viento se parecen”, me dije sobre el banco del espigón una vez más, para reafirmar una frase que me pareció todo un acierto filosófico dentro de las estupideces que uno piensa cuando está enamorado, y no ha leído ni una línea de tanta hermosa poesía que hay en el mundo. Hoy lamento no haberlo hecho, digo, leer poesías y filosofía, como para impactarla cuando estemos frente a frente, como para demostrarle que algo he crecido. En fin, ya es tarde, y como dice mi tía “Ñata” con su tono campechano: “Es lo que hay m´hijo”.

El viento es una brisa suave, calurosa, que nos abraza cuando estamos enamorados. Nos envuelve y acaricia, juega con nuestros cabellos, con nuestro cuerpo. Luego se va, no se sabe hacia donde, y es otro el viento, más fresco, nos da frío, nos sentimos desprotegidos. Igual que el amor, al principio es magnífico, maravilloso, uno lo disfruta a pleno; pero un día nos deja al desamparo, a la intemperie, y nos queda el recuerdo del calor recibido.
A media mañana me levanté del banco del espigón y caminé hacia mi casa, distante dos kilómetros. Una ducha y me acosté, quise dormir para que mi rostro no demuestre más años de los que tengo. Una mala noche deja a uno muy ojeroso, con los ojos enrojecidos por el sueño, y una mente adormecida que no es conveniente para un reencuentro con la mujer que uno amó y de la que espera que se lleve la mejor impresión…, por si también ella siente el mismo interés en volver a los buenos tiempos del amor en llamas.

Claro, los años no pasan en vano, me miro al espejo y comparo ese rostro que veo con el de una foto de doce años atrás. Salvo el tamaño y la forma de la nariz, del resto cambié todo. Me veo pelado, con canas, algunas arrugas en la frente, un trabajo en la dentadura aún sin finalizar, piel algo suelta debajo del mentón. ¡Qué lo parió al espejo!, ¿Quién lo habrá inventado?, si no fuera por él me sentiría mucho más seguro. Por dentro tengo la impresión de que aún conservo la fortaleza y la estética de aquellos tiempos. Sin embargo me miro y no me gusto. Creo que tampoco le gustaré a ella.

¿Será que no he dormido bien aún?, pienso, y me acuesto de nuevo para descansar algo más, como si eso ayudara a recobrar la lozanía de la juventud. Me dormí abrazado a la almohada en un intento de abrazarla a ella y que no se vaya de mi lado. ¡Es inútil!, a la media hora volvía a despertar. Estoy muy excitado, ansioso, creo que el amor es como el viento…, se fue, dio la vuelta al mundo y volvió a aparecer a mi espalda…, ¿Pero, cómo hago para retenerlo, para que no pase de largo, para que no se escape de nuevo…La vida es finita…, corta, sólo puede darnos una oportunidad más, luego será imposible que vuelva. Ni el viento que pasó, ni el amor que se alejó….


Luis Oscar Tolosa

LOS ADOLESCENTES, EL MENDIGO Y LA PALOMA



Las plazas son mis espacios preferidos para dejar que el tiempo transcurra; para meditar; para leer, escribir y soñar; o tan sólo para observar la vida que se mueve a mi alrededor, con las parejas de adolescentes, los mendigos o borrachos que duermen sobre los incómodos bancos, y las palomas que a pocos metros de comen semillas o recogen ramitas para sus nidos.
En las plazas encuentro la paz para la inspiración poética o reflexiva. Alrededor de ellas el tránsito gira en demonizado vértigo, ruidoso por los escapes sin silenciadores, bocinas que exigen mayor rapidez al entorno, chillidos de neumáticos que friccionan contra el pavimento ante la violenta exigencia del conductor.
Motos y autos son guiados por seres que parecen desencajados, intolerantes, despóticos, violentos hasta convertirse en criminales o en víctimas de sus propios arrebatos.

Dentro de las plazas todo es oposición. El mendigo duerme su siesta como si fuera infinita, aún sin sueño, sólo por dejar que el tiempo transcurra sin exigirle más sufrimiento que el que ya padece. Las parejas de adolescentes suman el marco romántico, y las palomas se acercan a uno en una clara demostración amistosa. Los pájaros cantan, silban, van de rama en rama sobre los pinos, que con sus sombras, nos resguardan del sol abrasador del mediodía.
Una paloma se acerca a menos de un metro de mi pie izquierdo; el que está apoyado sobre el suelo cuando el otro reposa sobre la rodilla opuesta, la clásica “cruzada de piernas” para apoyar el libro o el cuaderno de apuntes.

La parejita de adolescentes está sobre otro banco a unos veinte metros. Él la abraza, la besa, la acaricia, le habla. Ella sólo lo deja hacer. Responde con monosílabos, no lo abraza ni lo besa. Él se muestra malhumorado, se retira unos centímetros, espera, mira hacia mi lado, ella hacia el opuesto. El chico lo intenta de nuevo, la abraza, la besa, la acaricia. Ella está no está decidida a entregarse así nomás, sin entablar una cierta resistencia. El se levanta del banco, camina dos metros hacia donde están estacionadas sus motos de baja cilindrada, gira sobre si y le habla, gesticula, junta sus manos, implora. Ella nada. Responde un mensaje de texto. El se sienta una vez más, se repite la escena, la abraza, la besa, la acaricia…, le habla. Ella... ¡Nada!

El mendigo duerme tranquilo, no se mueve. La paloma vuelve, camina de manera rápida, busca con su pico alguna ramita para su nido. El tránsito se torna insoportable si uno le presta atención. Entre los autos que se detienen en el semáforo hay un viejo Peugeot 505 con sus cuatro vidrios bajos, un joven con el torso desnudo y una gorra con la visera hacia atrás lo conduce. Desde su interior sale con un volumen muy alto una especia de ruido que él supone que es música de boliche, pero a mi me suena a un interminable y monótono “changa, changa, changa, changa……..”
Vuelve la paloma, me mira, me ha tomado confianza, busca cerca de mis pies, encuentra otra ramita. La toma y la suelta una y otra vez hasta que encuentra el centro de gravedad que le permitirá llevarla hasta su nido sin desequilibrios. El chico, como la paloma, repite sus movimientos: Se levanta, camina, gesticula, implora, se sienta, la abraza, la besa, la acaricia…. Ella... ¡Nada!




Luis Oscar Tolosa