sábado, 6 de septiembre de 2008

LA SOLEDAD



La soledad adquiere diversas características según el protagonismo que cada individuo le da. Pasa de la maravillosa experiencia de la contemplación de la naturaleza, en el disfrutar de los sonidos como la música, el canto de los pájaros o de los grillos, del rumor del mar o de la brisa cuando atraviesa las hojas de los árboles; a la fría y densa carga de estar solo, de cargar sobre las espaldas alguna ausencia importante, de no poder compartir sentimientos, de sufrir el vacío del desamparo.

Desde la soledad como elección de vida hasta la impuesta por crueles circunstancias, existen una infinidad de estados intermedios que, cuando más se alejan de la primera instancia, se tornan cada vez más agobiantes, hasta convertirse en dolor, en tristeza, en encontrar la muerte del deseo, de las expectativas, de las esperanzas, de los anhelos; de hallarse rodeado de la desdicha sin consuelo posible.

Es en ese estado cuando la soledad desdibujó el sendero que antes había trazado ese ser, y la belleza del entorno o el más dulce de los sonidos, quedan ocultos en una densa y pesada niebla, en la penumbra total del alma que padece la ausencia de afectos de quienes antes había amado, en la incomunicación con quienes antes eran motivos de alegrías; es ahí cuando las heridas sangran, duelen, martirizan, y ya es tarde para el regreso por propios medios.

Pero no solo la soledad individual destruye sueños, proyectos, metas, horizontes; sino también la soledad colectiva lo hace cuando se apodera de los marginados, de los desamparados, de los olvidados por los gobiernos de turnos, por los funcionarios insensibles que pese a ocupar cargos en áreas específicas, desoyen los reclamos y evaden las responsabilidades que les competen, amparados en la seguridad que les brinda las abultadas sumas de dinero, que día a día, engrosan vilmente sus cuentas bancarias.

Mientras, el pueblo sufre solo, impotente, angustiado, sin la posibilidad de cambiar el rumbo de sus destinos, sin alimentos, sin abrigos en los inviernos y abrasados por el sol del verano bajo las precarias chapas de sus refugios; sin medicinas, sin educación para sus hijos. La soledad colectiva e impuesta por las circunstancias, también sumerge en el dolor a los individuos, a la tristeza profunda por la impotencia, a la muerte de los sentimientos aún en vida.

¡Qué vacío siente un ser envuelto en la soledad! ¡Qué difícil se le hace despertar cada día y más aún ponerse en movimiento para conseguir el mínimo sustento diario para su familia! La soledad lo paraliza, lo deja sin fuerzas, sin ganas, sin deseos. No mira más allá de sus pies y no le encuentra sentido a sus pasos, sabe que mientras avanza el día, él retrocede, que en la medida que el mundo gira, él se encuentra detenido, cuando todo asciende él se sumerge.
Sufre sobre sus hombros el peso de no contar con nadie a su lado que le tome una mano y le muestra que hay un camino, una salida, una esperanza; que ya no está solo, que ha comenzado un nuevo y auténtico día.


Luis Oscar Tolosa