domingo, 10 de junio de 2007

"El Cuarto Rey Mago"



Adaptación para radio de "El viejo Muñíz me enseñó a andar en bici"

El viejo Muñíz se ocupó de mi toda una mañana para que yo pueda disfrutar de la bici, que esa madrugada habían dejado en la cocina de mi casa los Reyes Magos, junto al recipiente vacío del agua donde bebieron los camellos, y a los pocos rastros del pasto que los nobles animales comieron.

Por entonces, Rafael Muñíz que tendría unos cincuenta años, era un pintar de casas, y esa labor desempeñaba en la estancia en la que yo vivía. También tuvo el tiempo y la paciencia necesaria, que sumado a la cintura sana para doblarla y caminar de manera rápida a mi lado guiándome con una mano aferrada al asiento, hicieron posible que yo pueda dominar esas indomables dos ruedas.

La bici estaba ahí, reluciente, desafiante, a la espera de que pueda mantenerme sobre ella sin ir al piso, algo imposible para mis cinco años, cumplidos 29 días atrás.
¡Qué mezcla de inmensa alegría de tenerla y de ansiedad por usarla de manera correcta!, porque la primera hora la pasé haciéndola rodar sin subirme o con frustrados intentos de darles media vuelta al pedal apoyado en el frontón de la cancha de pelota a paleta..., para que en menos de un metro caigamos los dos al piso.

Fue entonces cuando el viejo Muñíz dejó de rasquetear con su espátula la ventana que iba a pintar y se dispuso a brindarme su ayuda. Lo recuerdo muy bien, me dijo... ¡a ver Luisito...yo te ayudaré a que logres el equilibrio!
Así comenzó la noble tarea de Muñíz, íbamos y veníamos, hasta el último árbol y regresábamos al frontón de la cancha. Siempre Muñíz caminaba rápido a mi lado, doblado por la escasa altura mía sobre la bici.

¡Así, así..., dále, dále..., pedaleá, pedaleá!, gritaba Muñiz, más entusiasmado por enseñarme los secretos de viajar en dos ruedas que por pintar la casa donde vivíamos...
Sin darme cuenta en un momento me separé de él, y con algunos movimientos ondulado respecto a la línea que debería llevar, llegué hasta el final del patio donde dábamos la vuelta y regresábamos al frontón...

¡Viste Luisito, fuiste solo hasta allí!, me gritó Muñiz mientras yo me levantaba y me sacudía la tierra de las rodillas y las manos...
¡No lo podía creer!, ¡había avanzado unos veinte metros solo!, sin la asistencia de Muñíz...¡Bien Luisito!, me alentaba el viejo.
Para el mediodía la bici ya era parte de mi cuerpo y un pasaporte de libertad, con ella podía ir hasta la tranquera de entrada, al taller de los tractores, a la herrería y hasta la casa que habitaban los peones de la estancia...

¡La felicidad era completa, podía disfrutar de la bici que me regalaron los Reyes!
Por este motivo, cuando me preguntaban cómo se llamaban los Reyes Magos yo decía: ¡Melchor, Gaspar, Baltasar y Muñíz!, porque él me posibilitó disfrutar de la bicicleta que los otros tres me regalaron.



Luis Oscar Tolosa