sábado, 3 de marzo de 2007

MUJER DE HUMO



Cansado de caminar sin rumbo el lugar elegido para descansar fue un bar céntrico, es las cuatro de la tarde y la gente se alejó para continuar con sus obligaciones diarias, por lo que muy pocos permanecían dentro del local de ventanas de dimensiones reducidas con vidrios tonalizados. Conserva cierta privacidad, por eso es el elegido por algunas parejas mayores de 30 años.

Sobre la mesa de cedro lustrado un café humea a la espera de ser consumido, un sobre de azúcar dejó verter el contenido y la cucharita gira, todo es muy automático, me refiero al movimiento circular dentro del pocillo, porque de verdad no tengo deseos de tomar un café, es sólo una costumbre o el pretexto para detenerme a meditar.
El humo del cigarrillo dibuja efímeras figuras en el aire, se retuercen y se desvanecen, son figuras humanas, son figuras de mujeres que danzan con giros y contra giros hasta esfumarse cerca del cielorraso, que como la mesa, es de cedro lustrado.

Miro hacia la calle sin ver, sólo tengo en la mente las imágenes de las mujeres que vi en el humo del cigarrillo, afuera la lluvia finalizó hace horas y la ciudad continúa su rutina. Bebo el café, le pego una pitada profunda al cigarrillo y guardo dentro de mi todo el humo, como si fuese el cuerpo de esa mujer que se dibuja frente de mi libremente, en una burlona danza cuando el cigarrillo permanece quieto entre los dedos de mi mano derecha, apoyada con la palma sobre las falanges de la izquierda a la altura de mis ojos cuando ambos codos están posados sobre la mesa.

Café y cigarrillo..., diez, doce, quince por día, nunca los conté. Café y cigarrillo, luego un wisky, y más cigarrillos..., miro el humo y la danza burlona de la mujer vestida de humo. Fumo para verla, para contemplarla, para admirarla y tratar de retenerla conmigo..., pero es imposible, ella se diluye en su danza ascendente y se pierde una vez más delante de mis ojos..., se pierde en el techo, busca la tenue luz del ramillete de lámparas de bajo voltaje y diminutas dimensiones.

Otro café, otro cigarrillo, otro wisky, otra esperanza y nuevas desilusiones que se esparcen por el aire del bar céntrico..., llamo al mozo, le pago y le comento mientras recojo mi agenda y mi bolso..., “las mujeres son como el humo de un cigarrillo..., se muestran difusas y se pierden sin que uno les tome el gusto...”, el tipo miró el dinero, me dio el vuelto, sonrió de compromiso..., y se fue hacia la barra, al tiempo que yo caminaba buscando la salida del bar, donde quedaron sobre el techo de cedro lustrado muchos de mis amores pasados...


Luis Oscar Tolosa

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