sábado, 30 de agosto de 2008

SEIS WHISKYS, UN TANGO Y SEXO PAGO




“Lastima bandoneón mi corazon/tu ronca maldición maleva tu lágrima de ron me lleva/ hacia el hondo bajo fondo/ donde el barro se subleva”. La voz del “Polaco” Roberto Goyeneche y la música de Aníbal Troilo acarician con el tango "La última curda", los oídos de los presentes en el pequeño café del centro. La noche ha comenzado hace apenas cuatro horas, cinco mesas está ocupadas por parejas, todos mayores de cuarenta años. Sólo un lugar, el que da al ventanal de la cuesta, es el que ocupar un señor solitario, de más de cincuenta, con la tristeza marcada en su rostro y en la necesidad de apagarla en el alcohol del quinto whisky. Fuma, enciende un cigarrillo ni bien aplastó la colilla del anterior. Mira hacia el amplio boulevard poblado de glicinas, pinos y tilos. Las luces de la fuente del centro de la plaza lo atrapan con el colorido danzante del agua que se eleva unos cuatro metros y desciende en una fina lluvia hacia la figura central, dos grandes manos y la paloma de la paz entre ellas.

“Ya se, no me digas, tenés razón/ la vida es una herida absurda/ y es todo, todo tan fugaz/ que es una curda nada más/ mi confesión”, continúa el “Polaco”. El hombre bebe el whisky, piensa en su propia vida, en lo absurda que ha sido cuando evalúa el pasado y asiente con la cabeza, como si hablara con el mismo Polaco sentado enfrente, por momentos pediría una copa para que beba ese hombre de voz y decir tan particular que tuvo el tango. Bebe y mira la calle, afuera hace frío y la ciudad ha comenzado ha perder el ritmo de horas atrás. “Contame tu condena/ decime tu fracaso/ no ves la pena que me ha herido? Y hablame simplemente de aquel amor ausente/ tras un retazo del olvido”. La voz del Polaco lo conmueve, sufre por el amor ausente y siente que él es un retazo del olvido al no haber recibido un solo mensaje de quien lo era todo días atrás.

“Yo se que me hace daño/ yo se que te lastima/ llorando mi sermón de vino/ pero es el viejo amor/ que tiembla bandoneón/ y busca en un licor que aturda/ la curda que al final/ termine la función/ corriéndole un telón al corazón”. ¿Es eso lo que él busca? ¿Es apagar el dolor en el alcohol el dolor que le oprime el pecho y hace que sus sueños sean un lamento del alma?
Bebe…, bebe fuma y piensa…, sus ojos se humedecen; baja el vaso vacío de sus labios, el hielo golpea el fondo y sin depositarlo en la mesa le hace una señal al mozo para que le sirva otro whisky, mientras la voz del Polaco Goyeneche y el bandoneón de “Pichuco” le endulza los oídos y le golpea lo más profundo de sus sentimientos.

“Un poco de recuerdo y sinsabor/ gotea tu rezongo lerdo/ marea tu licor y arrea la tropilla de la zurda/ al volcar la ultima curda”. Sabe que no será la última, que deberá emborracharse cada noche para olvidar el olvido de una insensible mujer. “Cerrame el ventanal/ que arrastra el sol/ su lento caracol de sueño/ no ves que vengo de un país/ que está de olvido siempre gris/ tras el alcohol”, finalizó el Polaco y Pichuco; sintió el vacío de la soledad. Llamó al mozo una vez más, ahora para abonar la consumición; se levantó, pagó y le dijo al hombre que lo había atendido un par de horas y que no lo entendió demasiado: “La vida es una herida absurda…”.

Caminó las tres cuadras que lo separaban de su departamento, se detuvo en el kiosco de la esquina, compró preservativos; subió por el ascensor al cuarto piso, entró, encendió la luz y vio sobre el mueble el retrato de la mujer que le rompió el corazón y causante de su embriaguez…, lo quitó de allí y lo guardó en un cajón. Sacó su teléfono celular, buscó en sus contactos…: Griselda, María José, Liliana, Verónica, Cecilia, Miriam…, la lista era larga…, se detuvo en un nombre, nada especial. Llamó y acordó con ella el encuentro. Miró el reloj y esperó a la mujer que por dos horas lo haría sentir un hombre, por sólo un billete fuerte…, luego todo volvería a ser igual.

Luis Oscar Tolosa

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