martes, 1 de julio de 2014

RECUERDOS...



Por: Luis Oscar Tolosa Ogni

Los días fríos y grises de inviernos cubiertos por finas lloviznas siempre fueron generadores de profundas nostalgias y disparadores de imborrables recuerdos. Como tantas veces caminé sin rumbo bajo el paraguas y como otras tantas veces entré al mismo bar céntrico al que tiempo atrás íbamos a tomar un café y a compartir una porción de mousse de chocolate. Es las cuatro de la tarde, la gente se alejó para continuar con sus obligaciones diarias, muy pocos permanecían dentro del local de ventanas reducidas con vidrios totalizados que conserva cierta privacidad que lo hace preferido por algunas parejas mayores de 30 años.

Sobre la mesa de cedro lustrado un café,  leo el sobre de azúcar, vieja costumbre de leer etiquetas de todo tipo, sólo lo leo, el café me gusta amargo, fuerte; igual giro la cucharita en un automático movimiento dentro del posillo, tal vez sea una costumbre de cuando lo tomaba dulce.

Tomar un café es sólo una costumbre, un pretexto para meditar y para saborear aún más un cigarrillo, uno de los veinte del día, algunos más en días grises de invierno, miro el humo que se eleva, forma efímeras figuras en el aire, se retuercen y se desvanecen, son figuras de mujeres que danzan con giros y contra giros hasta esfumarse cerca del cielorraso, que como la mesa, es de cedro lustrado.

Miro hacia la calle como si esperara verla llegar. Vuelvo al cigarrillo y al humo en esas difusas imágenes de mujeres que giran y se elevan hasta el techo. Ya no llueve,  la ciudad continúa su rutina. Bebo el café, le pego una pitada profunda al cigarrillo y aspiro el humo con el deseo de no dejar escapar a esa mujer, que contornea su cuerpo libremente en una burlona danza cuando el cigarrillo se consume entre los dedos.

Café y cigarrillo, veinte por día, algunos más en días grises de invierno, nunca los conté, no quiero hacerlo. Café y cigarrillo, luego un wisky, y más cigarrillos..., miro el humo y la danza burlona de la mujer vestida de humo, fumo para verla, para contemplarla, para admirarla y tratar de retenerla conmigo, pero es imposible, ella se va, se diluye en su danza ascendente se pierde una vez más delante de mis ojos, en el techo, busca la tenue luz del ramillete de lámparas de bajo voltaje y desaparece.

Otro café, otro cigarrillo, otro wisky, otra esperanza y nuevas desilusiones que se esparcen por el aire del bar céntrico, llamo al mozo, le pago y le comento mientras recojo mi agenda y mi bolso..., “las mujeres son como el humo de un cigarrillo..., difusas, se pierden vaya uno a saber dónde”… el tipo miró el dinero, me dio el vuelto, sonrió de compromiso y se fue hacia la barra. Miré por última vez el techo, sólo vi el cedro lustrado, nada quedaban de aquellas figuras de mujer que escaparon del cigarrillo. Nada quedan de aquellas mujeres, que escaparon de mi vida, sólo los recuerdos…




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