Por: Luis Oscar Tolosa Ogni
Los días fríos y grises de inviernos cubiertos por finas
lloviznas siempre fueron generadores de profundas nostalgias y disparadores de
imborrables recuerdos. Como tantas veces caminé sin rumbo bajo el paraguas y
como otras tantas veces entré al mismo bar céntrico al que tiempo atrás íbamos
a tomar un café y a compartir una porción de mousse de chocolate. Es las cuatro
de la tarde, la gente se alejó para continuar con sus obligaciones diarias, muy
pocos permanecían dentro del local de ventanas reducidas con vidrios
totalizados que conserva cierta privacidad que lo hace preferido por algunas
parejas mayores de 30 años.
Sobre la mesa de cedro lustrado un café, leo el sobre de azúcar, vieja costumbre de
leer etiquetas de todo tipo, sólo lo leo, el café me gusta amargo, fuerte;
igual giro la cucharita en un automático movimiento dentro del posillo, tal vez
sea una costumbre de cuando lo tomaba dulce.
Tomar un café es sólo una costumbre, un pretexto para
meditar y para saborear aún más un cigarrillo, uno de los veinte del día,
algunos más en días grises de invierno, miro el humo que se eleva, forma
efímeras figuras en el aire, se retuercen y se desvanecen, son figuras de
mujeres que danzan con giros y contra giros hasta esfumarse cerca del
cielorraso, que como la mesa, es de cedro lustrado.
Miro hacia la calle como si esperara verla llegar. Vuelvo al
cigarrillo y al humo en esas difusas imágenes de mujeres que giran y se elevan
hasta el techo. Ya no llueve, la ciudad
continúa su rutina. Bebo el café, le pego una pitada profunda al cigarrillo y aspiro
el humo con el deseo de no dejar escapar a esa mujer, que contornea su cuerpo libremente
en una burlona danza cuando el cigarrillo se consume entre los dedos.
Café y cigarrillo, veinte por día, algunos más en días
grises de invierno, nunca los conté, no quiero hacerlo. Café y cigarrillo,
luego un wisky, y más cigarrillos..., miro el humo y la danza burlona de la
mujer vestida de humo, fumo para verla, para contemplarla, para admirarla y
tratar de retenerla conmigo, pero es imposible, ella se va, se diluye en su
danza ascendente se pierde una vez más delante de mis ojos, en el techo, busca
la tenue luz del ramillete de lámparas de bajo voltaje y desaparece.
Otro café, otro cigarrillo, otro wisky, otra esperanza y
nuevas desilusiones que se esparcen por el aire del bar céntrico, llamo al
mozo, le pago y le comento mientras recojo mi agenda y mi bolso..., “las
mujeres son como el humo de un cigarrillo..., difusas, se pierden vaya uno a
saber dónde”… el tipo miró el dinero, me dio el vuelto, sonrió de compromiso y
se fue hacia la barra. Miré por última vez el techo, sólo vi el cedro lustrado,
nada quedaban de aquellas figuras de mujer que escaparon del cigarrillo. Nada
quedan de aquellas mujeres, que escaparon de mi vida, sólo los recuerdos…
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