"El Cuarto Rey Mago" (Rafael Muñiz)
Rafael Muñíz se ocupó de mi toda una mañana para que yo
pueda disfrutar de la bici que esa madrugada habían dejado en la cocina de mi
casa los Reyes Magos, junto al recipiente vacío del agua donde bebieron los
camellos, y a los pocos rastros del pasto que los nobles animales comieron.
Por entonces, Rafael Muñíz que tendría unos cuarenta y pico
de años, era un pintor de casas, y esa labor desempeñaba en la estancia "La Germania" donde yo vivía. También tuvo el tiempo y la paciencia necesaria, que sumado a la
cintura sana para doblarla y caminar de manera rápida a mi lado guiándome con
una mano aferrada al asiento, hicieron posible que yo pueda dominar esas
indomables dos ruedas.
La bici estaba ahí, reluciente, desafiante, a la espera de
que pueda mantenerme sobre ella sin ir al piso, algo imposible para mis cinco
años cumplidos 29 días atrás.
¡Qué mezcla de inmensa alegría de tenerla y de ansiedad por
usarla de manera correcta!, porque la primera hora la pasé haciéndola rodar sin
subirme o con frustrados intentos de darles media vuelta al pedal apoyado en el
frontón de la cancha de pelota a paleta, para que en menos de un metro caigamos
los dos al piso.
Fue entonces cuando el querido Rafael Muñíz dejó de
rasquetear con su espátula la ventana que iba a pintar y se dispuso a brindarme
su ayuda. Lo recuerdo muy bien, me dijo... ¡a ver Luisito...yo te ayudaré a que
logres el equilibrio!
Así comenzó la noble tarea de Muñíz, íbamos y veníamos,
hasta el último árbol y regresábamos al frontón de la cancha. Siempre Muñíz
caminaba rápido a mi lado, doblado por la escasa altura mía sobre la bici.
¡Así, así..., dále, dále..., pedaleá, pedaleá!, gritaba
Muñiz, más entusiasmado por enseñarme los secretos de viajar en dos ruedas que
por pintar la casa donde vivíamos...
Sin darme cuenta en un momento me separé de él, y con
algunos movimientos ondulado respecto a la línea que debería llevar, llegué
hasta el final del patio donde dábamos la vuelta y regresábamos al frontón...
¡Viste Luisito, fuiste solo hasta allí!, me gritó Muñiz
mientras yo me levantaba y me sacudía la tierra de las rodillas y las manos...
¡No lo podía creer!, ¡había avanzado unos veinte metros
solo!, sin la asistencia de Muñíz...¡Bien Luisito!, me alentaba él.
Para el mediodía la bici ya era parte de mi cuerpo y un
pasaporte de libertad, con ella podía ir hasta la tranquera de entrada, al
taller de los tractores, a la herrería y hasta la casa que habitaban los peones
de la estancia...
¡La felicidad era completa, podía disfrutar de la bici que
me regalaron los Reyes!
Por este motivo, cuando me preguntaban cómo se llamaban los
Reyes Magos yo decía: ¡Melchor, Gaspar, Baltasar y Muñíz!, porque él me
posibilitó disfrutar de la bicicleta que los otros tres me regalaron.
Luis Oscar Tolosa Ogni
No hay comentarios:
Publicar un comentario