domingo, 29 de junio de 2014

"¡TENEMOS QUE HABLAR...!"



“Tenemos que hablar” dice ella y el aire pesado del ambiente que rodea a la pareja se puede cortar en porciones, y uno piensa para si: ¡cagamos...!
Esa frase que no quisiéramos escuchar nunca. “Tenemos que hablar” encierra mucho tiempo de meditación por parte de la mujer. Pasaron meses, tal vez algún par de años, o varios, para que ella tome la decisión de decirle a ese pedazo de mula que tiene enfrente, que está re-podrida de sus pelotudeces.

Y al escuchar esa frase el tipo tiembla, sabe que se le agotó el tiempo, que llegó el momento de la verdad. Ella sabe que él tiene otra, que cuando dice que va a comer un asado con los amigos de la peña, se va al telo con la mina. No tiene más excusas, se acabaron las explicaciones, porque el “tenemos que hablar” significa tomátelas de aquí, vení a ver los chicos los fines de semana, podés llevártelos si querés, de paso me viene bien a mi así estoy tranquila con mi nueva conquista….(esto no se lo dice, lo piensa).
Pero al tipo le queda la última alternativa, el lance final: “Ahora no puedo, me voy a la oficina, ¿tan importante es? Somos de esquivar todo tema espinoso.

Y allí no hay regreso, es muy importante, ella se lo dice de una vez por todas, y cuando ella se lo dice es porque ya él no le importa más, y además tiene alguien que ocupó su lugar. Los hombres tenemos incorporado el machismo desde, creo, la creación misma de la vida en el planeta. Somos nosotros y luego ellas, y cuando nos hacen saber que están en igualdad de condiciones nos duele hasta en lo más hondo. Por eso cuando ella te dice: “Tenemos que hablar”, lo mejor que podés hacer es decirle que mejor es hablar después que hayas preparado tus valijas. No hay regreso cuando ellas quieren hablar, ya está todo definido, ya lo han elaborado y han dado los primeros pasos consistentes en comenzar una nueva vida. ¡No hay regreso del “tenemos que hablar”!, ¡no insisitas!

Si sos de esos tipos que quieren quedarse con la última palabra…¡perdiste!, no será en esta oportunidad. Para eso deberías haber elaborado un plan estratégico, que no va con nosotros, los hombres. Somos muy boludos para manejarnos en las trampas del amor. Ellas tienen sus amantes y nosotros no nos enteramos, son sutiles, inteligentes, sigilosas, y no caen en la desesperación de mostrarse enamorada de otro tipo que no seas vos… Nosotros no, hacemos todo lo posible para que alguien nos vea y nos considere el tipo más vivo de la ciudad. Si es con una pendeja con mayor razón, y si ella es modelo, promotora o figurita de algo que la haga reconocida…¡ni hablar!


“Tenemos que hablar” significa que vos se lo contaste a tus amigos y alguno de ellos a sus mujeres y estas no callan…, alguna se lo contó y se pudrió todo. Pero vos estabas feliz porque te levantabas una linda pendeja y eras la envida del resto de los machos que se sientan el los bares del centro para recrear sus ojos. Ahora hermano, tomá tus cosas, armá tus maletas, hablá con los chicos, decile papá y mamá se han puesto de acuerdo para vivir separados, es mejor para todos, los voy a venir a buscar los fines de semana. Y chau, a otra cosa. Cuando se cierre la puerta de esa casa que habitaste con quien era tu mujer tendrás diferentes sensaciones. Una será de libertad, porque ya no tendrás que esconderte cuando salís con la pendex. Otra será de angustia porque dejás atrás gran parte de tu vida, la mitad de tus bienes, y sabés que otro ya ocupó tu lugar. “Tenemos que hablar”, pero ya no hay más tiempo para hablar...

LA PEOR COMPAÑÍA ES UNO MISMO



Por: Luis Oscar Tolosa Ogni

La gente está muy loca desde hace algunos años, más aún desde que comenzó el nuevo milenio. Tiene que ver con la permanente competencia que se desata en todos los ámbitos: trabajo, profesión, expresiones artísticas, en el amor, en la conquista de aventuras, y en lo que se te ocurra. En todas las áreas existe la competencia, está potenciada por los adelantos tecnológicos, además de la constante y agresiva publicidad que por ellos se transmite. Tenés que poseer el último celular, el que te permite trasladar tu oficina al lugar que te encuentres, sea este un bar o una reunión de negocios. Los celulares hacen todo, ya dejaron de ser teléfonos, creo que si investigo un poco también cumplen con la función de vibradores…, no vibra-coll, no; sino como juguete sexual…

El tránsito es caótico en todas las ciudades, todos están muy ocupados, manejan y hablan por sus móviles, consultan Internet, se informan sobre la bolsa de valores en el mundo, sobre el precio de los cereales, el clima y su impacto en las cosechas del otro hemisferio. También hacen las reservas del hotel para las vacaciones, pagan con sus tarjetas por teléfono; envían mensajes de textos o fotos del lugar donde se encuentran en ese momento. Transan con algún “gato” una salida, con sus secretarias, o con alguna mina que conoció en el último viaje. Todo sin dejar de conducir el vehículo en el que se trasladan. Tocan bocina, esquivan autos, motos, bicicletas y alguna vieja que, pobre, se encuentra que es imposible cruzar una calle sin semáforo.

En este maremágnum el hombre está conectado con todo el mundo, menos con él mismo. Se hace una costumbre el hecho de estar comunicado con quien uno quiera en cuestión de segundos, hasta se le puede ver la cara al interlocutor. Es por eso que se torna muy difícil sobrevivir en un mundo tan alocado, sin el permanente uso del celular. El hombre necesita hablar con alguien en todo momento, superarse a cada instante, acelerar cada vez más la alocada carrera hacia un triunfo permanente. Sin descanso, sin interrupciones, sin unos minutos de relax, de descanso, de relajamiento en el que les permita comunicarse con si mismo, hacer introspección, recorrer con la mente los pasos dados, elaborar un balance de su propia vida, pensar en él y en sus seres queridos.

El hombre no quiere quedarse a solas consigo mismo. No hay peor compañía que uno mismo. No es fácil admitir las equivocaciones y tratar de subsanarlas.
Para el hombre del siglo XXI la vida sin nada electrónico a su lado parece imposible de conseguir. Son pocas las personas que por un mes ocupan alguna desolada playa, sin llevar consigo su teléfono móvil, sin leer los diarios, sin encender un televisor ni conectarse a Internet. Vivir esos treinta días sin sonidos que no partan de la naturaleza misma, el canto de los pájaros, silbido del viento, el de las agitadas hojas de los árboles, el rumor del mar, la lluvia, el croar de las ranas, los grillos, el graznido de los gansos, el mugido de las vacas, el balido de las ovejas o el relincho de los caballos.

Hay que intentarlo en algún momento, detenerse y meditar es prolongar la vida, tanto propia como la de terceros. Cada día hay decenas de muertos en nuestro país a raíz de los accidentes de tránsito. Los conductores del vehículo que sea, conducen en la más absoluta distracción, absorto en sus propios pensamientos que tienen que ver con la competencia en sus ámbitos. Van irritados, demuestran su mal humor al que se le cruza en su camino, al que le hace disminuir la velocidad sin tomar conciencia que él mismo ha excedido la permitida por las leyes. Putean a quienes lo rodean, que transitan en las mismas condiciones que él mismo, por eso se genera todo un círculo vicioso. ¡Paren de una vez!, ¡dejen que la competencia y miren hacia adentro!, se hace difícil estar con uno mismo, porque es uno mismo la peor compañía que uno tiene.
Pero cuando logren desenchufarse de toda la vorágine que los rodea, comprenderán que es muy necesario y reconfortante conversar consigo mismo. El mundo entero se los va a agradecer cuando desciendan los índices de violencia, de intolerancia y de incomprensión.


jueves, 26 de junio de 2014

"El Cuarto Rey Mago" (Rafael Muñiz de Germania)




"El Cuarto Rey Mago" (Rafael Muñiz)

Rafael Muñíz se ocupó de mi toda una mañana para que yo pueda disfrutar de la bici que esa madrugada habían dejado en la cocina de mi casa los Reyes Magos, junto al recipiente vacío del agua donde bebieron los camellos, y a los pocos rastros del pasto que los nobles animales comieron.

Por entonces, Rafael Muñíz que tendría unos cuarenta y pico de años, era un pintor de casas, y esa labor desempeñaba en la estancia "La Germania" donde yo vivía. También tuvo el tiempo y la paciencia necesaria, que sumado a la cintura sana para doblarla y caminar de manera rápida a mi lado guiándome con una mano aferrada al asiento, hicieron posible que yo pueda dominar esas indomables dos ruedas.

La bici estaba ahí, reluciente, desafiante, a la espera de que pueda mantenerme sobre ella sin ir al piso, algo imposible para mis cinco años cumplidos 29 días atrás.
¡Qué mezcla de inmensa alegría de tenerla y de ansiedad por usarla de manera correcta!, porque la primera hora la pasé haciéndola rodar sin subirme o con frustrados intentos de darles media vuelta al pedal apoyado en el frontón de la cancha de pelota a paleta, para que en menos de un metro caigamos los dos al piso.

Fue entonces cuando el querido Rafael Muñíz dejó de rasquetear con su espátula la ventana que iba a pintar y se dispuso a brindarme su ayuda. Lo recuerdo muy bien, me dijo... ¡a ver Luisito...yo te ayudaré a que logres el equilibrio!
Así comenzó la noble tarea de Muñíz, íbamos y veníamos, hasta el último árbol y regresábamos al frontón de la cancha. Siempre Muñíz caminaba rápido a mi lado, doblado por la escasa altura mía sobre la bici.

¡Así, así..., dále, dále..., pedaleá, pedaleá!, gritaba Muñiz, más entusiasmado por enseñarme los secretos de viajar en dos ruedas que por pintar la casa donde vivíamos...
Sin darme cuenta en un momento me separé de él, y con algunos movimientos ondulado respecto a la línea que debería llevar, llegué hasta el final del patio donde dábamos la vuelta y regresábamos al frontón...

¡Viste Luisito, fuiste solo hasta allí!, me gritó Muñiz mientras yo me levantaba y me sacudía la tierra de las rodillas y las manos...
¡No lo podía creer!, ¡había avanzado unos veinte metros solo!, sin la asistencia de Muñíz...¡Bien Luisito!, me alentaba él.
Para el mediodía la bici ya era parte de mi cuerpo y un pasaporte de libertad, con ella podía ir hasta la tranquera de entrada, al taller de los tractores, a la herrería y hasta la casa que habitaban los peones de la estancia...

¡La felicidad era completa, podía disfrutar de la bici que me regalaron los Reyes!
Por este motivo, cuando me preguntaban cómo se llamaban los Reyes Magos yo decía: ¡Melchor, Gaspar, Baltasar y Muñíz!, porque él me posibilitó disfrutar de la bicicleta que los otros tres me regalaron.


Luis Oscar Tolosa Ogni