sábado, 16 de febrero de 2008

EL AMOR Y EL VIENTO EN ALGO SE PARECEN




“El amor y el viento en algo se parecen” me dije para si mismo en un intento de filosofar, del modo que lo hacen los que tenemos la escuela de la calle y ni una línea leída de los grandes pensadores. Sólo con la filosofía de la gente común, de mi vecina, de mi vieja, del taxista, del colectivero, del verdulero de la esquina y del carnicero. Y como aquellos griegos que pensaron todo cuanto conocemos en la actualidad, también me senté a reflexionar, en este caso en un banco del largo espigón que penetra la laguna y es el lugar preferido de los pescadores.

Uno de ellos me preguntó:
-¿Usted va a tirar la línea?, le pregunto para no molestarnos.
_No soy pescador- le respondí- Jamás tomé una caña y sólo vengo a pescar recuerdos de viejos amores que hoy, con nostalgia, vengo a rememorar de manera íntima con mi mente- agregué con un aire de poeta devenido en pordiosero del interés ajeno.

El tipo me miró un instante con rostro de incrédulo, creo que se convenció de que soy un loco y que no valía la pena perder un instante más conmigo. Tomó su caja de anzuelos, la caña, y se alejó unos cincuenta metros. Yo me quedé observando el revolotear de las gaviotas que esperaban su desayuno provisto por los pescadores, cuando desvisceran sus presas.

Era muy temprano, apenas el sol comenzaba a teñir de rojo el horizonte al este, sobre la arboleda de freznos, eucaliptos, pinos, tilos y ceibos. Había dormido una hora y media cuando me desperté sin que pueda recobrar el sueño. Cuatro horas de desvelo fueron suficientes para leer unas pocas páginas de un libro empezado hace dos meses, las columnas de política y economía, y un repaso a las boludeces que había escrito en mi cuaderno de apuntes. Por eso estoy aquí.

Escuché las primeras noticias por radio y me levanté. El insomnio tenía como origen la excitación que me provocaba volverme a encontrar con la mujer que amé hace varios años y que no veía desde hacía tres, cuando sólo compartimos un café junto a otra gente. Hoy era diferente, estaríamos los dos solos, para mi era volver a soñar con esos ojos verdes que me impactaron al conocerla, al punto que ese mismo día me enamoré y perdura hasta hoy. Es de la única mujer que me enamoré a primera vista, y lejos de superarlo lo profundicé con el tiempo.
Es muy linda y simpática, tanto lo es que esa misma simpatía empleó cuando decidió ponerle fin a nuestra relación. Recuerdo que fueron pocas palabras y un “hasta pronto”.

“El amor y el viento se parecen”, me dije sobre el banco del espigón una vez más, para reafirmar una frase que me pareció todo un acierto filosófico dentro de las estupideces que uno piensa cuando está enamorado, y no ha leído ni una línea de tanta hermosa poesía que hay en el mundo. Hoy lamento no haberlo hecho, digo, leer poesías y filosofía, como para impactarla cuando estemos frente a frente, como para demostrarle que algo he crecido. En fin, ya es tarde, y como dice mi tía “Ñata” con su tono campechano: “Es lo que hay m´hijo”.

El viento es una brisa suave, calurosa, que nos abraza cuando estamos enamorados. Nos envuelve y acaricia, juega con nuestros cabellos, con nuestro cuerpo. Luego se va, no se sabe hacia donde, y es otro el viento, más fresco, nos da frío, nos sentimos desprotegidos. Igual que el amor, al principio es magnífico, maravilloso, uno lo disfruta a pleno; pero un día nos deja al desamparo, a la intemperie, y nos queda el recuerdo del calor recibido.
A media mañana me levanté del banco del espigón y caminé hacia mi casa, distante dos kilómetros. Una ducha y me acosté, quise dormir para que mi rostro no demuestre más años de los que tengo. Una mala noche deja a uno muy ojeroso, con los ojos enrojecidos por el sueño, y una mente adormecida que no es conveniente para un reencuentro con la mujer que uno amó y de la que espera que se lleve la mejor impresión…, por si también ella siente el mismo interés en volver a los buenos tiempos del amor en llamas.

Claro, los años no pasan en vano, me miro al espejo y comparo ese rostro que veo con el de una foto de doce años atrás. Salvo el tamaño y la forma de la nariz, del resto cambié todo. Me veo pelado, con canas, algunas arrugas en la frente, un trabajo en la dentadura aún sin finalizar, piel algo suelta debajo del mentón. ¡Qué lo parió al espejo!, ¿Quién lo habrá inventado?, si no fuera por él me sentiría mucho más seguro. Por dentro tengo la impresión de que aún conservo la fortaleza y la estética de aquellos tiempos. Sin embargo me miro y no me gusto. Creo que tampoco le gustaré a ella.

¿Será que no he dormido bien aún?, pienso, y me acuesto de nuevo para descansar algo más, como si eso ayudara a recobrar la lozanía de la juventud. Me dormí abrazado a la almohada en un intento de abrazarla a ella y que no se vaya de mi lado. ¡Es inútil!, a la media hora volvía a despertar. Estoy muy excitado, ansioso, creo que el amor es como el viento…, se fue, dio la vuelta al mundo y volvió a aparecer a mi espalda…, ¿Pero, cómo hago para retenerlo, para que no pase de largo, para que no se escape de nuevo…La vida es finita…, corta, sólo puede darnos una oportunidad más, luego será imposible que vuelva. Ni el viento que pasó, ni el amor que se alejó….


Luis Oscar Tolosa

LOS ADOLESCENTES, EL MENDIGO Y LA PALOMA



Las plazas son mis espacios preferidos para dejar que el tiempo transcurra; para meditar; para leer, escribir y soñar; o tan sólo para observar la vida que se mueve a mi alrededor, con las parejas de adolescentes, los mendigos o borrachos que duermen sobre los incómodos bancos, y las palomas que a pocos metros de comen semillas o recogen ramitas para sus nidos.
En las plazas encuentro la paz para la inspiración poética o reflexiva. Alrededor de ellas el tránsito gira en demonizado vértigo, ruidoso por los escapes sin silenciadores, bocinas que exigen mayor rapidez al entorno, chillidos de neumáticos que friccionan contra el pavimento ante la violenta exigencia del conductor.
Motos y autos son guiados por seres que parecen desencajados, intolerantes, despóticos, violentos hasta convertirse en criminales o en víctimas de sus propios arrebatos.

Dentro de las plazas todo es oposición. El mendigo duerme su siesta como si fuera infinita, aún sin sueño, sólo por dejar que el tiempo transcurra sin exigirle más sufrimiento que el que ya padece. Las parejas de adolescentes suman el marco romántico, y las palomas se acercan a uno en una clara demostración amistosa. Los pájaros cantan, silban, van de rama en rama sobre los pinos, que con sus sombras, nos resguardan del sol abrasador del mediodía.
Una paloma se acerca a menos de un metro de mi pie izquierdo; el que está apoyado sobre el suelo cuando el otro reposa sobre la rodilla opuesta, la clásica “cruzada de piernas” para apoyar el libro o el cuaderno de apuntes.

La parejita de adolescentes está sobre otro banco a unos veinte metros. Él la abraza, la besa, la acaricia, le habla. Ella sólo lo deja hacer. Responde con monosílabos, no lo abraza ni lo besa. Él se muestra malhumorado, se retira unos centímetros, espera, mira hacia mi lado, ella hacia el opuesto. El chico lo intenta de nuevo, la abraza, la besa, la acaricia. Ella está no está decidida a entregarse así nomás, sin entablar una cierta resistencia. El se levanta del banco, camina dos metros hacia donde están estacionadas sus motos de baja cilindrada, gira sobre si y le habla, gesticula, junta sus manos, implora. Ella nada. Responde un mensaje de texto. El se sienta una vez más, se repite la escena, la abraza, la besa, la acaricia…, le habla. Ella... ¡Nada!

El mendigo duerme tranquilo, no se mueve. La paloma vuelve, camina de manera rápida, busca con su pico alguna ramita para su nido. El tránsito se torna insoportable si uno le presta atención. Entre los autos que se detienen en el semáforo hay un viejo Peugeot 505 con sus cuatro vidrios bajos, un joven con el torso desnudo y una gorra con la visera hacia atrás lo conduce. Desde su interior sale con un volumen muy alto una especia de ruido que él supone que es música de boliche, pero a mi me suena a un interminable y monótono “changa, changa, changa, changa……..”
Vuelve la paloma, me mira, me ha tomado confianza, busca cerca de mis pies, encuentra otra ramita. La toma y la suelta una y otra vez hasta que encuentra el centro de gravedad que le permitirá llevarla hasta su nido sin desequilibrios. El chico, como la paloma, repite sus movimientos: Se levanta, camina, gesticula, implora, se sienta, la abraza, la besa, la acaricia…. Ella... ¡Nada!




Luis Oscar Tolosa